lunes, 19 de enero de 2009

CARLOS LLONTOP: IN MEMORIAM

Escribe: Julio César Carmona
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Lo más probable es que muchos de quienes habitan en la ciudad de Piura, al norte de Perú, hayan visto alguna vez a Carlos Llontop caminando, con su paso ligerito, vendiendo caramelos o pidiendo ayuda económica a sus amigos. Y algunos, seguro, lo consideraron como uno más de los minusválidos u orates que pululan en el ambiente, a quienes por lo común se les ignora.
El hecho último en relación con él es la noticia de su muerte –misteriosa, pues se encontró su cuerpo lejos de la ciudad, cuando él no solía salir de ella–. Y no es que me sume a la tradición necrológica que tiende a homenajear a las personas sólo después de muertas, y, peor aún, que –como una liberación de cargos de conciencia– se hable de los muertos para resarcirse de la indiferencia manifestada con ellos por la ayuda que no se les proporcionó cuando más lo necesitaron. No es mi caso, porque –siempre que pude– a Carlos le di mi modesta ayuda.
Lo que quiero hacer aquí es rectificar esa imagen de minusválido que de él se tenía. A Carlos Llontop lo conocí –a fines de los años sesenta del siglo pasado– en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, en la que llegó a ser alto dirigente de su Federación de Estudiantes. Pero, hay que reconocerlo, Carlos Llontop llegó a la dirigencia no para realizar un trabajo burocrático, sino para aportar con sus grandes cualidades de ideólogo, de orador, de conductor de masas. Él encabezaba las movilizaciones. Era admirable verlo arengar a las masas estudiantiles, multitudinarias, que marchaban por las calles de Lima. Pero lo más destacable eran sus conferencias en las aulas de Letras abarrotadas de estudiantes que escuchábamos, asombrados, la lucidez con que analizaba las leyes dadas entonces por la Junta de Gobierno del General Velasco, demostrando la ligazón de ésta con los intereses foráneos (situación que, vista a la distancia, resulta ser ínfima en comparación con lo ocurrido en los gobiernos posteriores, incluido el actual).
Pero esa vehemencia hizo que las fuerzas represivas de entonces lo persiguieran y encarcelaran. Y, como resultado de esto, quedaron las secuelas de desequilibrio mental en que se vio sumido. Porque –fue vox populi– en las “mazmorras de la reacción” (que era como los estudiantes calificábamos a los órganos represivos) le inyectaron un fármaco llamado “pentothal” con el que, prácticamente se le hizo un “lavado de cerebro”.
Esa fue la carrera meteórica de un luchador social que, como esas estrellas fugaces que vemos caer en las noches, hoy se ha extinguido para siempre.
Gloria eterna para Carlos Llontop.
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Carlos Llontop antes y después de haber pasado por las "mazmorras de la reacción".