sábado, 17 de enero de 2009

EN MEMORIA DE CARLOS LLONTOP

Escribe: ALBERTO ALARCON

Entre las cosas hay una
de la que no se arrepiente
nadie en la tierra. Esa cosa
es haber sido valiente.

Jorge Luis Borges

Los seres humanos aprendemos a convivir fácilmente con nuestras miserias. Las volvemos como esas balas que se incrustan en el cuerpo y a las cuales es mejor no extraerlas. Una de esas miserias es el silencio ante la injusticia. La palabra que protesta y subvierte se ha tornado –según los códigos de Popper y de Bush – incómoda, desfasada, estrafalaria.

Las bombas sobre Gaza, los presos de Guantánamo, los niños muertos en Irak, los millones de hambrientos sobre el mundo, las cleptocracias de todo el planeta, los Pinochet, los Fujimori, los Alan García, los Videla, los Uribe, nada de eso tiene por qué importarnos. ¡Qué hermoso es el silencio, según estos patéticos Marcel Marceau del capitalismo!

Pero de tiempo en tiempo surgen los ángeles rebeldes, los Marx, los Lenin, los Stalin, los Mao, los Fidel, los Che Guevara, los Mariátegui, los Vallejo, los Heraud. Y entonces los Marcel Marceau se quitan la careta, arrojan la batuta y se ponen a repartir la muerte a borbotones. A repartirla en Stalingrado, en Hiroshima, en Nagasaki, en Vietnam, en el Congo, en Irak, en Palestina, en Perú, en Colombia, y en todo aquel lugar donde su bolsa y su vida esté en peligro. Lo han hecho siempre. Pero nunca aprendieron de sus derrotas. No quieren aceptar que pronto serán derrotados, que hagan lo que hagan, su podredumbre es una metástasis y sus funerales un acto impostergable. Que hagan lo que hagan, no podrán contener la multiplicación de los ángeles rebeldes.

A esta creciente troupé de revolucionarios pertenece Carlos LLontop Valdiviezo. Pequeño, de verbo encendido y corazón generoso, desde muy joven lo dio todo por los desheredados. En El Sexto lo torturaron hasta dañar sus nervios y su mente. Lo escupieron, lo patearon, lo desangraron, pero él jamás claudicó. Cuando aún podía hilvanar algunas ideas, trataba de interpretar el momento con las poderosas armas del marxismo. Y cuando ya no, su mirada se volvió una inmensa pregunta celeste, un relámpago que caía a diario sobre nuestra cobardía y nuestra incomprensión.

En los últimos años, cuando abandoné Piura, lo veía caminar tembloroso por sus calles. Sí, el ángel temblaba porque la fisiología es inexorable. Pero de lo que sí estoy absolutamente seguro es que su espíritu jamás tembló. Que no tembló ante el carcelero ni el torturador. Que no tembló ante la posibilidad de perderlo todo por sus ideas y su causa. Lo digo porque una vez lo miré profundamente a los ojos y vi en ellos la luz de los héroes. Esa luz que Prometo entrega sólo a los escogidos.

1 comentario:

pensamiento profano dijo...

SALUDOS; GRUPO LITERARIO PENSAMIENTO PROFANO PIURA SULLANA