lunes, 12 de enero de 2009

PEPE AGUILAR, EL PIURANITO

José Eugenio Aguilar Santisteban estudió en el Colegio Nacional Mixto Teniente Miguel Cortés del Castillo. También en la GUE San Miguel y en el Agropecuario de Castillla. Su paso por el Alma Máter del principal distrito de Piura, lo narra RAFEMOLE en La historia jamás contada, obra que recrea los pormenores de la creación del plantel tacaleño.

José Eugenio Aguilar Santisteban o simplemente Pepe Aguilar ya no está con nosotros. Dejó este mundo terrenal en olor a multitud, el mismo día que “partió” al más allá, Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana -APRA-, con quien convivió diez largos años en Villa Mercedes, Lima.
Su muerte, el dos de agosto del 2008, conmocionó a Piura. Todos la presentían, pero “no tan rápido”. La enfermedad que tiene el nombre de un signo zodiacal lo llevo a la tumba, al descanso eterno. Se fue, en medio de un mar de cánticos, lágrimas y vivas al aprista convicto y confeso y fundador del movimiento vecinal Obras+obras.
Sesenta y dos años después de haber nacido un quince de diciembre en Chulucanas, se alejó físicamente del pueblo al que sirvió como prefecto, diputado y tres veces alcalde, cargo al que ascendió por el voto popular, en elecciones limpias y transparentes. Gobernó por el pueblo, para el pueblo y sin servirse del pueblo.
Pepe, el octavo de catorce hermanos, vivió su infancia en Chulucanas. Su madre, doña Laura Teresa Santisteban de Aguilar, recuerda que “como toda criatura de su edad, jugaba mucho con la pelota. Estaba siempre en la calle con sus amigos y por eso fue el que más palmazos recibió… Era “vivazo” y se compadecía de los niños más pobres que nosotros…”.
El futuro alcalde -cuando llegó a Piura y la familia Aguilar Santisteban, se instaló en Castilla, con don César Aguilar Vera a la cabeza-, siguió siendo el mismo chiquillo travieso, inquieto y palomilla al que bautizaron a los trece años de edad para “ver si se componía”, pero “genio y figura hasta la sepultura” fue José Eugenio Aguilar Santisteban.
Julio Aguilar Martínez, a quien los Aguilar Santisteban quieren como el último de sus hermanos, en sentida nota publicada en el diario Correo, el lunes cuatro de agosto, pinta de cuerpo entero la adolescencia de su “tío querido”.
Dice él:
(Tengo) “innumerables recuerdos de su juventud: de los dolores de cabeza, propios de la edad, que daba a mis abuelos (Laura y César), de su pasión por el fútbol y sus constantes visitas al río Piura…” (para refrescarse en sus aguas y seguramente tirarse desde las barandas del desparecido puente viejo).
Pepe, con todo este cúmulo de ”palomilladas” inició su periplo estudiantil en la GUE San Miguel. Participó en la huelga de Nizama y en 1966, inauguró la vespertina del Instituto Nacional de Comercio No. 70 del Colegio Nacional Mixto Teniente Miguel Cortés del Castillo. Después pasó al Instituto Nacional Agropecuario de Chiclayito.
En suma, el alumno Aguilar Santisteban, vivió una verdadera odisea escolar, como la que la experimentó el abogado-periodista-poeta-escritor Enrique López Albújar. Anduvo de colegio en colegio, hasta que en 1969, como militante de la juventud aprista, recaló en Vitarte, donde se nutrió de la doctrina de Víctor Raúl.
Llegar a Villa Mercedes, casa de Haya de la Torre, fue fácil para Pepe. El secretario privado del fundador del APRA, Jorge Idiáquez, era primo hermano de su madre y el autor de sus días, don César, había participado en la Revolución de Trujillo, su tierra natal. Él siempre contaba a sus hijos, todo lo que pasó por seguir el pensamiento y las enseñanzas del líder de la blanca estrella.

Pepe Aguilar y RAFEMOLE.

-Mi padre tuvo que huir a Chulucanas para evitar ser detenido cuando estalló la revolución aprista en Trujillo En estas circunstancias nazco yo y es por eso que desde pequeño escuché las epopeyas y leyendas que se tejían sobre Víctor Raúl, quien me bautizó como “el piuranito”… Haya era un hombre de una fuerza espiritual inacabable, muy humano, de nobles sentimientos. Se conmovía por las cosas domésticas… Cada acto de su vida fue un ejemplo de docencia política… Fue coherente con lo que decía y hacía. Él nació desnudo y murió desnudo…
También, Pepe nunca se canso de repetir los pormenores de la detención y secuestro de su tío Jorge Idiáquez, durante el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada que encabezó el General Juan Velasco Alvarado, natural de Castilla, Piura. Fue en 1972 y él lo contaba así:
-Cierto día, Víctor Raúl, mi tío Jorge y yo íbamos por la carrera central rumbo a Alfonso Ugarte… En el camino, fuimos interceptados por la policía. Nos inmovilizaron y se llevaron al tío Idiáquez, que iba al volante del vehículo.
-¿Y Por qué no se llevaron a Haya de la Torre?
-Velasco quería al tío Idiáquez, porque sabía que él era el organizador de la resistencia contra la dictadura. Con Haya no se metía… Idiáquez fue deportado a Costa Rica, pero retornó clandestinamente por Huaquillas, Ecuador. Yo lo fui a recibir y lo acompañe hasta Trujillo. Después, otros compañeros lo llevaron a Lima, donde lo volvieron a detener, pero ya no lo deportaron.
José Aguilar, en Villa Mercedes, conoció a Pepe Barba, Carlos Roca, Alan García Pérez y a Luis Alva Castro, actual Ministro del Interior, a quien Pepe considera como “el más querido de los discípulos de Haya de la Torre”, quien enfatizaba que “en nuestro partido no tienen cabida, ni los judas ni los traidores… La lealtad es lo primero…”.
Todos estos recuerdos y miles más, Pepe Aguilar los evocaba y contaba cada vez que se ponía en tela de juicio su militancia aprista, su lealtad a Haya de la Torre, quien al saber que tenía cáncer y que la muerte venía por él, no se inmutó. Lo mismo hizo el exalcalde de Piura, que dejo Lima para exhalar el último suspiro en la tierra que tanto quiso, sirvió y amó…
Y Piura no lo defraudo. Lo acompañó en multitudinario gesto de dolor. El gentío que lo llevó en hombros, en tránsito hacía el sepulcro de su vida, en la hora crepuscular -cuando todos los muertos son buenos-; no se cansó de vitorear su nombre. Su cortejo hacía la gloria, la historia piurana no registra uno igual, pero ojala mañana no sea un anónimo más, como muchos de los grandes, ahora sin nombres, hermanos de la eternidad, que pueblan los camposantos de pórticos en ruinas…

Un mar de gente dio el último adiós, en Piura, a Pepe Aguilar.

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